domingo, 23 de septiembre de 2007

Un recuerdo de la fiesta de Santiago

El día de la fiesta de Santiago, a pesar de que habíamos estado por la noche de verbena, fuimos a Misa con devoción. A algunos les extrañó la homilía que "eché". Muchos me felicitaron; otros se sorprendieron; otros seguro que me criticaron. Ahora que ya ha pasado el verano es el momento de volver a retomarla para pensar un poco las cosas. Con paciencia y con caridad, pero creo que el Evangelio implica todo esto. ¡Ya me diréis vuestros comentarios!

HOMILÍA EN LA SOLEMNIDAD DE SANTIAGO APÓSTOL

Queridos Caballeros de Santiago:
Queridos amigos:

Después de escuchar las lecturas de la Misa de Santiago, que nos cuentan la vida de los primeros apóstoles, se siente la necesidad de contrastar su época con nuestra época, y su fe con nuestra fe. Y, por si alguien no se ha dado cuenta, descubrir la enorme distancia que nos separa de ellos. No sólo porque hayan pasado dos mil años; sino porque el espíritu general no es el mismo.

Los apóstoles, dice la primera lectura, daban testimonio de Jesús con gran valentía. Eran hombres recios, tíos de una pieza, y hablaban de Jesús con todo su ser. Los judíos, que eran los jefes, les prohibían dar testimonio de Jesús; fijaos, no sólo estaba mal visto, como puede pasar ahora: es que estaba prohibido. Y ellos, con una gran determinación, respondían: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres». ¡Impresionante!

Impresionante, sobre todo, porque eso implicaba correr el riesgo de perder la vida, antes que perder la fe. Hoy nos reímos de eso. Pero eso es lo que le pasó a Santiago, a nuestro Patrón: Herodes se lo cargó, porque no dejó de hablar de Jesús y de anunciar su evangelio y de denunciar lo que no estaba bien. En el momento de su martirio, Santiago estaba cumpliendo lo que un día le dijo a Jesús, y que hoy hemos escuchado en el evangelio; Jesús le pregunta: «¿Podéis beber el cáliz que yo voy a beber?»; es decir, ¿vais a ser capaces de hacer todo lo que yo haga, hasta entregar vuestra vida por el Reino de Dios y por la verdad? Y ellos contestaron: «Sí que podemos». Y así fue; demostraron que podían. Por eso Santiago es hoy uno de los mejores ejemplos de lo que significa seguir a Jesús.

¿Y qué me decís de los demás? ¿Qué hicieron los demás cuando martirizaron a Santiago? ¿Se callaron? No. Siguieron adelante con mucha más fuerza. Es impresionante el testimonio que dirige san Pablo, y que hemos oído en la segunda lectura: «Una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros: nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; acosados, pero no abandonados; nos derriban, pero no nos rematan». Increíble, ¿verdad?

Esta diferencia con el tiempo de los apóstoles se puede mirar de dos maneras. Se puede mirar con pesimismo, y decir: ya no vivimos como los apóstoles, ya no hay nada que hacer, a la Iglesia le quedan dos telediarios… Pero ése no es el ejemplo de los apóstoles. Lo hemos oído; ellos se sienten apurados, pero no desesperados, y acosados, pero no rematados… Hay que mirar la situación con realismo, conocer la distancia que nos separa de Santiago, de nuestro Patrón, y afrontar con esperanza todo lo que aún tenemos por hacer.

¿Y qué puedo hacer yo?, os preguntaréis. ¿Qué puedo hacer yo que soy tan joven, tan pobre, que tengo una vida tan normal y tan limitada? Ten por seguro que cualquier cosa, por pequeña que te parezca, ya será mucho. Por ejemplo: dar testimonio valiente de tu fe en medio de tu entorno. Por ejemplo: no callarte y defender a la Iglesia cuando sea el tema de conversación. Por ejemplo: participar más en las cosas que organiza la Parroquia. Por ejemplo: preguntarte qué tienes que hacer para ser mejor cristiano…

La Hermandad de Santiago lleva muy a gala el ser un grupo de jóvenes dispuestos a ayudar a la Iglesia en lo que ella necesite. Pues hay una cosa que realmente necesita la Iglesia en este momento, y que es algo que vosotros, como sois jóvenes, podéis hacer mejor que nadie. Todo lo que antes os he dicho no deja de ser algo que os afecta a vosotros y a nadie más. Eso de participar en la Parroquia, de ser un cristiano honrado, de defender a la Iglesia cuando toque… todo eso se queda en vuestra vida privada. Pero hay algo que afecta a toda la Iglesia y a toda la sociedad, y que vosotros sí podéis hacer porque sois jóvenes. Y me voy a atrever a pedíroslo.

Hoy hay un problema social muy serio que nadie encara en toda su crudeza, y que los cristianos no vemos porque estamos contagiados de la mentalidad general. Algunos datos de ese problema son los siguientes; en primer lugar, en España hubo el año pasado más de 90.000 abortos, 90.000 niños dejaron de nacer porque fueron arrancados del seno de sus madres antes de que pudieran formarse y crecer; a esto hay que añadir que se repartieron más de 500.000 de las llamadas «píldoras del día después» que, puesto que no impiden la concepción, hay que considerar como abortibas; sumando, a mí me salen casi 600.000 abortos.

En segundo lugar, el número de divorcios en 2005 estuvo cerca de los 140.000, mientras que hubo en torno a 200.000 matrimonios. En España, uno de cada mil matrimonios se divorcia; en Europa, dos de cada mil. Se calcula que aproximadamente 800.000 niños y niñas en España son hijos de un matrimonio que se ha divorciado. En tercer lugar tenemos el dato de la natalidad en España, que se mide con el cociente hijos por mujer; mientras que la media de la Unión Europea es casi 2 hijos por mujer, en España la media es de 1,2 hijos por mujer: esto quiere decir que la mayor parte de los matrimonios prefieren no tener hijos, o si acaso tener solamente uno. O en cuarto lugar, los novios que antes de casarse se van a vivir juntos; y pensamos: ¿y qué mal hacen a nadie? Pero la pregunta no es si hacen daño a alguien. La pregunta es qué mentalidad hay debajo de un comportamiento así; «nos vamos a vivir juntos, y si nos va mal, nos separamos». ¿Veis la mentalidad que hay debajo? Se empieza una relación con una persona pensando desde el principio que va a ir mal… No me extraña que, finalmente, acabe yendo mal, porque se ha empezado desconfiando.

Mirad, yo no quiero juzgar ni echar las culpas a nadie. Pero me parece que nos encontramos ante un grave problema social. Y que los católicos, especialmente los católicos jóvenes, tenemos que aportar nuestra visión de las cosas. Se podrán analizar los casos particulares, y todo lo que queráis. Pero lo que es cierto es que, en general, hay una fuerte desorientación en el terrero de la ética de las relaciones humanas y de la afectividad.

Quiero insistir en que no juzgo a nadie. Creo, además, que hay que respetar a todo el mundo, viva como viva. Pero me sigue pareciendo una cuestión muy grave. Yo soy un joven sacerdote (como cura sólo tengo 6 años y medio) pero ya conozco a mucha gente infeliz por este tipo de cuestiones. En el fondo, al final, el problema es que nos tomamos las relaciones personales como un juego. Conozco a muchas personas que se sienten utilizadas, convertidas en juguetes, personas que nunca se han sentido de verdad personas. Éste es el problema.

¿Y qué tiene que ver la religión con esto? A Dios, ¿qué le importa todo esto? Pues mucho. Porque lo que Dios hace es amarnos enormemente, eternamente, hasta dar la vida. Y nos enseña a amar: «amaos unos a otros como yo os he amado». Aquí está la clave: «como yo os he amado», dice Jesús. Lo hemos oído en el evangelio: Jesús no ha venido a que le sirvan, sino a servir a los demás y a dar su vida por ellos. Amar no es intercambiar sensaciones, o pasármelo bien… Amar es dar la vida. Todo lo que sea educar nuestra afectividad para aprender a dar la vida por los demás, a dar la vida por la persona a la que amamos, a dar la vida por nuestra familia… todo eso, aunque implique sacrificios y renuncias a veces, todo eso será el estilo de vida de Jesús. Lo demás será convertirnos en juguetes, en mercancía de las empresas farmacéuticas, en carne de cañón de las modas e ideologías imperantes. Aunque se presente con la máscara de la libertad de la persona, en realidad lo que hará será destruir a la persona. Así que, mirad si tenéis ahí, como jóvenes cristianos, un gran camino que recorrer.

A veces pensamos y decimos que la Iglesia está desfasada, o que tiene un mensaje que no es de este tiempo, o que no sabe lo que dice. Ése es el error: el error es que los cristianos pensemos que la Iglesia se equivoca. No, no es así. Una de las pocas posturas coherentes que hoy se ven ante los problemas de las personas es la de la Iglesia. Vivid como nos enseña la Iglesia; no desconfiéis de ella, no penséis que vais a ser más tontos o más infelices si le hacéis caso. Nada de eso: vais a crecer como personas, y eso es lo que cuenta.

¿Que es difícil? Claro. Pero tenéis muchas ayudas. Tenéis que saber aprovecharlas. En primer lugar, tenéis la Misa del domingo. Venid a Misa el domingo. No pongáis excusas. Venid a estar con Jesús para aprender a vivir como Jesús vivió. En segundo lugar, me tenéis a mí: un cura no está sólo para bautizar, enterrar o casar; está sobre todo para escuchar, para orientar, para iluminar; compartiendo la vida cristiana con un sacerdote es más fácil ser cristiano. Y en tercer lugar os tenéis a vosotros, la Hermandad de Santiago; sed para vosotros mismos un grupo de referencia, convertíos en un grupo cristiano que se esfuerza por vivir como viven los cristianos; cuando las penas son compartidas, son más llevaderas, y los éxitos de alguien de nuestro entorno son también un estímulo para vivir con más ánimo la vida cristiana. Id a las reuniones; asistid a las «Noches de Santiago»; quedad entre vosotros para venir a Misa. Ayudaros a ser cristianos y a ser personas.

Os he dicho muchas cosas. No sé qué cuerpos tendréis para escucharme. Pero creo que la Iglesia nos pide hoy a los cristianos que no seamos cristianos un día, sino que nos creamos de verdad que el mensaje de los Apóstoles, el mensaje de Santiago, es el que salva, y que nos decidamos de una vez por vivirlo. Tendremos dificultades, pero seremos felices. Como dice san Pablo: nos aprietan, pero no nos ahogarán; nos acosan, pero no nos rematarán. Ahí sí que hay verdadera felicidad.

Señor Santiago, haz que nos mantengamos fieles a Cristo por siempre.