martes, 20 de marzo de 2007

Mensaje para el Programa de Semana Santa

SEMANA DE SILENCIO

Queridos amigos:

La Semana Santa recibe muchos nombres: Semana de Pasión, Semana Grande, Triduo Pascual… En muchos sitios le adjudican además otros títulos: “Semana de Interés Turístico Regional”, “Semana de Tradición”, “Semana de Sentimiento”…

Por contraste con todo esto, yo voy a llamarla “Semana de Silencio”. Quizás de este modo podríamos purificarla un poco, y dejarla en su desnudez cristiana: el silencio de Cristo cargado con la cruz, el silencio de su Madre bañada en lágrimas, el silencio del sepulcro frío, el silencio de la mañana de la resurrección, el amor de Dios que nos llega sin hacer ruido…

El silencio no es la ausencia de comunicación; es sólo la ausencia de palabras. Hay cosas que no se pueden decir con palabras ni con ruidos, y que si se acompañan de sonidos se estropean. Es mejor comunicarlas en silencio.

El silencio pone las cosas en su sitio: nos ayuda a centrar la mirada en lo importante; nos ayuda a escuchar la voz de nuestra conciencia y al Dios que nos habla desde dentro; nos quita protagonismo a nosotros, y se lo da a Jesucristo, el Señor, al que miramos en silencio y hablamos desde dentro. El silencio nos ayuda a descubrir que aquello a lo que nosotros llamamos fe quizá no es otra cosa que palabras nuestras, pero no fe verdadera.

Estamos acostumbrados al ruido. El mundo moderno ha ahogado los sonidos importantes con sus ruidos estridentes; y con tanto ruido nos cuesta a veces oír la voz de Dios, si de verdad la queremos oír. Para escuchar, primero hay que guardar silencio. Para decir algo importante, primero hay que callarse y pensar.

El silencio es fundamental para uno de los actos más hermosos de toda la Semana Santa: la Celebración Penitencial. Se necesita silencio para entrar en el fondo de la conciencia y descubrir ante Dios las cosas que tenemos que cambiar… Porque nadie debería seguir igual después de cada Semana Santa. El silencio es la antesala de la valentía y de las decisiones importantes.

La Semana Santa de Membrilla es impresionante por su silencio. El silencio de las celebraciones de la Iglesia que ayuda a rezar y a saber que Dios escucha la oración. El silencio de las procesiones que permite empaparse de una historia que nos tiene que cambiar desde dentro. En mi opinión, en estos días sobra el alboroto que no permite rezar; estorban algunos ruidos que dan más importancia al hombre que lleva a Cristo que a Cristo que salva al hombre.

Hay cosas que no se pagan con palabras, sino con silencios. Silencios cargados de fe y de emoción. Silencios cargados de conocimiento y de amor. Si quieres que esta Semana Santa sea nueva para ti, busca momentos de silencio y de oración. Tu silencio será la puerta del asombro ante el amor que Dios te tiene.

Vuestro sacerdote: Juan Serna.

jueves, 15 de marzo de 2007

Mensaje para el Día del Seminario 2007

¿CURA? ¿POR QUÉ NO?

1. Con el día de san José viene de la mano la celebración del día del Seminario. Con este motivo, quisiera compartir con vosotros algunas reflexiones como sacerdote. Quiero comenzar con una impresión que tengo cuando se habla de la vocación sacerdotal en determinados círculos cristianos, especialmente entre los jóvenes. Es como si la posibilidad de ser sacerdote fuera rechazada de antemano. Algunos de los jóvenes que hoy se dicen cristianos tienen muy claro, y me parece que sin pensarlo, que no quieren ser curas. Es una historia que no va con ellos, de la que ni siquiera quieren oír hablar. Es una opción que consideran cerrada de entrada.

Y lo peor de todo es que esta impresión ni siquiera resulta extraña a los demás. A todos les parece que es lo lógico. A mí, sin embargo, esta reacción me duele, como cristiano y no sólo como sacerdote. Me duele personalmente, pero no porque sienta tambalear mis opciones y mis convicciones, sino porque esta situación demuestra un desconocimiento grande de la Iglesia y del sacerdocio. ¿Es esto así realmente? ¿Por qué? ¿Qué hay debajo de todo esto? Al buen cristiano de hoy debería extrañarle que las generaciones cristianas más jóvenes hayan descartado de entrada la posibilidad de plantearse la vocación sacerdotal, para sí mismos o para otros.

2. A esta sensación, tengo que añadir además una segunda impresión. Muchas veces me ha rondado este pensamiento, que es casi una tentación: ¿cómo va a plantearse nadie la vocación sacerdotal si hacemos que lo que se conoce de la vida del cura resulte tan poco atractivo? ¿Cómo va a resultar atractivo a un joven de hoy el dedicarse a hacer entierros? Porque para mucha gente los curas no hacemos más que enterrar a los muertos; si por lo menos hiciéramos más bodas… ¿Cómo va a resultar atractivo para un joven de hoy un trabajo que consiste en ponerse detrás de la Virgen en las procesiones? Para mucha gente, el cura sólo trabaja en Semana Santa, porque se le juntan cuatro procesiones largas que tiene que atender… ¿Cómo puede resultarle atractiva a un joven de hoy la vida de un hombre que vive sin mujer? No casarse es hoy, para mucha gente, un costoso sacrificio para una profesión «de adorno social»; además, implica para muchos perderse una parte muy importante de la vida: el placer, la familia… Sólo pueden hacerlo los curas, esos bichos raros… Que trabajan «media hora, a la sombra y con vino», que «si cobraran según el trabajo que hacen…».

Ante esto, siento ganas de decir que yo no soy cura por esto, porque esto no es ser cura. Y para alejar estos pensamientos recuerdo con frecuencia una de mis primeras experiencias como seminarista. Nunca olvidaré el ambiente que encontré la primera vez que visité el Seminario. Me sorprendió. Allí entablé amistad con un grupo de jóvenes que tenían las mismas dudas que yo, las mismas inquietudes que yo, las mismas energías que yo y las mismas preocupaciones que yo –que creía que el instituto pueblerino del que venía era el centro del universo. Era el ambiente más humano que había conocido; sanamente humano, «normal» –aunque no me guste la palabra. Y al mismo tiempo, me encontré con gente que entendía que la vida no se acaba en las cosas que se tienen, que los sueños pueden ser realidad, que Jesucristo está vivo… Gente que vivía su religión con alegría y también con absoluta normalidad, en un ambiente sanamente cristiano.

Entonces empecé a descubrir que quería ser sacerdote. ¿Por qué? No porque me chiflara «hacer entierros», o «decir Misas», o «casar a gente», o «hacer procesiones»… Nada de eso. Quería ser cura porque creía en Jesucristo. Hoy, como entonces, creo en Cristo y confío en la actualidad de su mensaje y de sus respuestas, porque creo en la actualidad de su presencia. Y por esto soy cura: por Él.

3. Por eso, nunca he entendido a la gente que identifica al sacerdote con las actividades que realiza, y no con el ideal que representa; ni a la gente que se enfada porque el sacerdote «no quiere» prestar determinados «servicios», sin preguntarse las razones profundas de su actuación. Alguna vez habría que decir que no porque haga más bodas, el cura trabaja más o con más alegría. Y también que el cura trabajará más cuando haga muchos menos entierros de esos que se limitan a ser cumplimientos sociales. El sacerdote no cumple un papel social, sino espiritual. Cuando se descubre esto, se conoce la actividad del cura y su auténtica profesión: servir a la actualidad de Cristo vivo para los demás, con alegría.

¿Puede plantearse esto un joven hoy? Sí, porque yo me lo planteé, y respondí que sí. Es más, ¿quién puede plantearse esto si no es el joven, es decir, la persona que pone todas sus energías en conseguir que sus sueños por mejorar la humanidad se vuelvan realidad? ¿Hay jóvenes hoy? Quizás no hay curas porque no hay jóvenes, porque no hay gente con la valentía suficiente como para hacer posible un mundo distinto y mejor. Sólo nos encontramos gente «escaldada», gente que no cree en las posibilidades de novedad del ser humano, gente que sólo sabe decir «ya te estrellarás» y «así es la vida». Gente que cree que el cura no puede decirles nada porque no sabe de qué va la vida… Y se llaman jóvenes. ¿Jóvenes son los que sólo piensan en aprovecharse de la vida y de sus padres? ¿Dónde están los que levantarán este mundo de sus miserias porque tienen las fuerzas para dar los pasos que no pudieron o supieron dar sus padres?

4. ¿Puede plantearse la vocación sacerdotal un joven de hoy, en época de escasez sacerdotal? Sí, a condición de que piense que la sociedad no necesita curas, y sin embargo es necesario que los haya. No se necesitan curas para enterrar a los muertos, ni para casar a los novios, ni para organizar banquetes festivos en los que dar regalos a los niños. La situación actual es un recordatorio permanente de la escasez de sacerdotes y una constatación: de seguir así, no se podrán hacer ni los entierros, ni las bodas, ni las comuniones, ni las confirmaciones… Y es que nada de esto es necesario. La sociedad no necesita a los curas para que hagan esto. No tenemos esta necesidad de sacerdotes.

Y, sin embargo, es bueno que haya sacerdotes, como es bueno que haya Iglesia. Nos hemos acostumbrado a ellos, y pensamos que Iglesia y curas van a estar ahí de por vida. Y consideramos su presencia un derecho de tantos como se tienen hoy. Pero esto no es así. Cada vez hay menos curas; y sin curas no habrá Iglesia, porque no habrá quien parta el Pan de la Eucaristía que haga presente a Cristo vivo y haga actual su Evangelio y su paz… Y entonces, la sociedad se dará cuenta de que no nos necesitaba, pero descubrirá con dolor que era bueno que estuviéramos… Porque en el fondo, por encima de todas las necesidades que podamos tener o inventarnos, caeremos en la cuenta de que lo único necesario es Jesucristo. Él es la respuesta a todas las preguntas: la razón para luchar sin desesperarse, la fortaleza y la paz, el consuelo y la esperanza… Un motivo para el trabajo de los hombres y sus esperanzas, un referente para la educación de los hijos y su futuro, una promesa para los enfermos y desgraciados, una riqueza para los pobres de la vida, una compañía que transforma y hacer salir lo mejor de cada uno… Éste es el trabajo del cura, que más que un hacer es un vivir: hace que siga siendo actual la misión de Jesús.

5. Desde aquí celebramos los sacramentos, oramos por los difuntos, bendecimos a los novios, atendemos a los enfermos, ayudamos a los jóvenes, somos el referente de muchos niños, la esperanza de muchos padres, la ayuda de muchos pobres… Desde aquí pronunciamos la palabra del Evangelio para aconsejar, guardamos silencio para rezar por todos, somos vehículos del perdón de Dios ante los fracasos de la vida, servimos a la Iglesia antigua y siempre joven, queremos hacer presente el amor de Dios por ti… No siempre lo hacemos bien; pero esto es lo que intentamos y vivimos.

6. La Iglesia nos enseña que hay tres caminos fundamentales por medio de los cuales es posible seguir a Jesucristo: la vocación del laico, la vocación del religioso y la vocación del sacerdote. No se nace con vocación de laico, y luego se cambia por la de religioso. No nacemos laicos. Nacemos como regalo y en promesa. La vida y sus circunstancias son el vehículo de la voz de Dios que nos propone uno de los tres caminos para que elijamos libremente. Hemos conocido personas, tenemos determinados valores, descubrimos necesidades reales de la gente, debemos ser agradecidos con lo que hemos recibido, otros nos han señalado… todo esto se convierte, en la oración, en una propuesta del Señor: «Tú, sígueme, y serás la persona más feliz del mundo».

En el día del Seminario, todos los cristianos, y no sólo los jóvenes, debemos redescubrir el valor de la vocación sacerdotal en la Iglesia y el mundo de hoy. En nuestra mentalidad actual, en nuestras catequesis y hasta en nuestras conversaciones más triviales, deberíamos transmitir la sensación de que es necesario que todos los cristianos consideren alguna vez la posibilidad de la vocación sacerdotal, no sólo la laical.

Los jóvenes cristianos deberían tener un momento en su vida (la confirmación, quizás) en el que sopesaran las razones que tienen para asumir o rechazar la vocación sacerdotal, y no aceptar sin pensarlo que no es su camino sólo porque no me gusta, porque me gusta una chica o porque no es actual. Lo mejor que podíamos hacer para vivir el día del Seminario, también las jóvenes cristianas, es dejar la risita mental y cambiar el «Juan se va al Seminario, ja, ja, ja» por el «¿Juan cura? ¿Y por qué no?», dicho con toda valentía.

7. Los jóvenes cristianos varones necesitan tener el valor y la honradez de cambiar el «¿Yo, cura? ¡No, gracias!» por el «Yo, cura… ¿Por qué no?». Esta pregunta no implica directamente que uno va a dejarlo todo para irse al Seminario; implica sólo valentía y honradez ante Dios. Y de este modo, le dirán a Dios que «sí» o que «no» con un conjunto serio de razones. Y si debe haber un «no» al sacerdocio, habrá al mismo tiempo un «sí» rotundo a una de las otras dos vocaciones posibles del cristiano. Hoy tampoco hay cristianos a los que de verdad podamos llamar laicos porque no movemos a nadie a preguntarse hondamente: «¿Cura, yo, por qué no?».

Estoy convencido de que, algún día, los jóvenes cristianos y las jóvenes cristianas tendrán que cargar con el mundo a las espaldas, como Cristo cargó con su Cruz, para renovarlo, transformarlo y hacerlo resucitar. Necesitarán compañía. La compañía actual de Jesucristo, a quien harán visible otros jóvenes que un día habrán tenido que decir: «¿Yo, cura? Por estas razones, ¡sí!». Que el Señor dé cada día a más jóvenes la valentía de preguntarse: «Yo, cura… ¿Por qué no?». Esto es el día del Seminario.

lunes, 12 de marzo de 2007

Mensaje para la Cuaresma 2007

1. El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que «la Iglesia se une todos los años, durante los cuarenta días de Cuaresma, al Misterio de Jesús en el desierto» (CEC 540). Durante todo el año, los cristianos repasamos los principales misterios de la vida de Jesús para unirnos a él; y en particular, durante Cuaresma, el Misterio de la vida de Cristo que contemplamos es el de su estancia durante cuarenta días en el desierto.

2. Toda la vida de Jesús es «misterio». Llamamos misterio a algo que no conocemos del todo, sino en parte, sospechando que se nos escapa lo más esencial. El «misterio» no es lo desconocido, sino lo conocido imperfectamente, lo que no acabamos de comprender completamente. La razón por la que algo es un «misterio» es muy sencilla: aquello que pretendemos conocer supera de algún modo nuestra capacidad de conocimiento. La vida de Jesús es misterio no porque no la conozcamos, ya que más o menos la sabemos; es misterio porque la conocemos imperfectamente y porque podemos aún conocerla mejor… Este progreso en el conocimiento de la vida de Jesús no consiste en aprender nuevos datos, sino en adentrarnos más profundamente en cada episodio de la vida de Cristo. San Ignacio decía que «no el mucho saber harta y satisface al ánima, sino el sentir y gustar las cosas internamente» (EE 2); él hablaba de un conocimiento interno de Jesucristo: no sólo por referencias, de oídas o externo, sino un conocimiento que llegara al corazón. Es fácil entender lo que quería decir: no basta saber, por ejemplo, que Jesús predicó las parábolas; para el cristiano es preciso llevar a la propia vida la palabra enseñada por Jesús, y hasta atreverse a ver al Jesús que enseña y conocer sus sentimientos y asomarse a su corazón. En este camino nunca acabaremos, como se puede intuir. Por eso, toda la vida de Jesús es misterio: un camino que avanza, pero que no termina, y que nos lleva a una mayor comunión de amor y amistad con Jesucristo, nuestra Vida. Un camino en el que siempre somos principiantes… Y, lo mejor de todo, un camino en el que siempre nos llevamos grandes y gratas sorpresas.

3. El Misterio de la Vida de Jesús que la Iglesia contempla en la Cuaresma es el retiro de Jesús durante cuarenta días al desierto. ¿Qué sucede aquí? ¿Es importante? ¿No es verdad que, aparentemente, tiene muy poco de atractivo? El desierto aparentemente es soledad, es sequedad, es pobreza… ¿Por qué habríamos de contemplar este misterio de la vida de Jesús?

Hay una primera respuesta que es evidente, y que por su simplicidad solemos olvidar: contemplamos el misterio de los cuarenta días de Cristo en el desierto por acompañarle. Ser cristiano es introducirse en la vida de Jesús para estar con Él, para verle, oírle, tocarle y compartir con Él la vida. No se es cristiano sólo tomando como referencia moral a Jesucristo, sino entrando en comunión de vida con Él, dejando que nuestra historia se enriquezca con la suya. Este ejercicio sólo puede hacerse descubriendo que es posible compartir la historia de Cristo porque Él comparte la nuestra gracias a su Resurrección. La Resurrección está presente, por tanto, ya desde el comienzo de la Cuaresma.

Pero, además, debemos contemplar el misterio de los cuarenta días de Cristo en el desierto por atender lo que enseña la Iglesia: «la tentación de Jesús manifiesta la manera que tiene el Hijo de Dios de ser el Mesías, en oposición a la que le propone Satanás y a la que los hombres le quieren atribuir. Por eso Cristo ha vencido al tentador en beneficio nuestro: “pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado” (Heb 4,15)» (CEC 540).

Estas palabras del Catecismo son un auténtico programa para nuestra Cuaresma. Durante este tiempo se deben vivir especialmente dos grandes virtudes. La primera de ellas es el discernimiento, esto es, aprender a distinguir lo que en nuestra vida viene de Dios de lo que viene ya sea de los hombres ya sea del enemigo de Jesús. La tentación de Jesús en el desierto es la apuesta de Jesús por una forma de ser el Mesías que a muchos no les cuadraba: desde el servicio, la humildad y el amor entregado; esto es lo que Dios quería. Aprender qué quiere Dios de nosotros frente a lo que quiere de nosotros su enemigo, o lo que quieren de nosotros los hombres, es fundamental. El discernimiento se hace sobre todo en la oración, estando atentos a lo que Dios nos pide en cada momento, y contrastando nuestras distintas posibilidades de actuación para descubrir si vienen de Dios o de los hombres, o si nos apartan de Dios.

La segunda actitud que se debe potenciar durante la Cuaresma es la determinación por seguir a Jesús. En el desierto, Jesús no sólo descubre cuál debe ser el camino que debe recorrer como Mesías, sino que lo elige y se decide por Él. La Cuaresma tendría que ser el tiempo de imitar a Jesús tomando opciones más radicales en nuestra fe. Descubriremos cosas que debemos superar. ¡Pongamos la fe a punto, y decidámonos por actuar en consecuencia! Durante este curso los jóvenes de la Parroquia hemos aprendido a cantar «No tengo miedo de la libertad, no tengo miedo, Señor de la Vida, me quiero entregar: toma mis manos, mi voz y mi andar…». Esta voluntad debe ser real: en mi trabajo, en mi oración, en mis relaciones familiares, en mi implicación social, en mi trato personal, en mi relación de pareja, en mi participación en los sacramentos… Darnos del todo al Señor, porque no nos veremos vacíos, sino verdaderamente llenos de amor, de alegría, de paz, de vida, de Pascua…

4. Para vivir este itinerario hacia la Pascua hay que programarse. No podemos olvidar que queremos discernir cuál es la voluntad de Dios en nuestra vida y elegir lo que Él quiere. Esto es imposible sin oración. Debemos programar un tiempo de oración especial cada día al que seremos fieles durante la Cuaresma. Una sugerencia: puede ser un rato largo antes de la Misa del domingo. También podemos participar en la oración parroquial que tendremos todos los jueves de Cuaresma. Y plantearnos participar en unos Ejercicios Espirituales: tendremos en la Parroquia unas charlas cuaresmales que nos pueden ayudar; en la Diócesis hay distintas posibilidades; en algunos grupos de la Parroquia tendremos también Ejercicios antes de Semana Santa. No desaprovechemos esta oportunidad.

Y también debemos programar nuestra voluntad de escuchar al Señor. No puedes llegar al Sagrario y decir: «Aquí estoy, háblame». Esto lo podrás hacer cuando lleves un cierto recorrido; de momento, plantéate qué te está diciendo el Señor en un aspecto concreto de tu vida: tu trabajo, tu familia, tu vocación, tu ocio, o tu solidaridad… Poco a poco Él te irá dando el mensaje para esta Cuaresma del 2007.

Y también debemos programar la que debe ser nuestra principal oración de esta Cuaresma: que el Señor nos dé libertad para poder elegir su voluntad, y determinarnos en cumplirla. Conocer no basta. Hay que elegir. Y sólo si somos libres lo haremos bien. Hay, pues, que pedir libertad. Libertad para hacer lo que Dios quiere. Libertad que no es el capricho de hacer lo que me dé la gana, sino lo que Dios quiere, que es nuestro bien.

5. María también nos acompaña en Cuaresma. La Virgen del Espino es la Mujer Libre que escuchó la voluntad de Dios y se ofreció a cumplirla. Que la tengamos presente en todo lo que oremos, hagamos, leamos o propongamos durante estos días. Llegaremos con Ella a la Pascua para experimentar el gozo de resucitar con Cristo en nuestra propia vida. Buena Cuaresma para todos.