jueves, 13 de diciembre de 2007

Homilía del domingo de Jesucristo, Rey del Universo

En nuestra Parroquia, es tradición celebrar la fiesta de Santa Cecilia, patrona de los músicos, el domingo más cercano a su fiesta, que es el 24 de noviembre. Normalmente, esta domingo suele coincidir con el final del ciclo litúrgico, con la celebración de la fiesta de Jesucristo, Rey del Universo. En la celebración participan distintos grupos musicales de la localidad, tocando en distintas partes de la Misa. Todo queda muy solemne. Esta fue la homilía de ese día.


Queridos amigos (y en particular los que hoy habéis venido a la Iglesia a celebrar la santidad de santa Cecilia, la patrona de los músicos):

Hoy la Iglesia celebra la fiesta de Jesucristo, Rey del universo. Las palabras son muy importantes, porque esclarecen el sentido de las cosas. Es la fiesta de Jesucristo, Rey del universo, y no la fiesta de Cristo Rey. Es verdad que el Papa Pío XI instituyó en 1925 la fiesta de Cristo Rey como una reacción a los sistemas políticos ateos que negaban la trascendencia del hombre. Pero la Iglesia no siguió por los caminos de la teocracia; el Estado, la política, el derecho y la organización social son distintos de la religión o la fe. Esto debe quedarnos claro. Y esto es lo que se insinúa con el nombre de esta fiesta: Jesucristo, Rey del universo. No rey de ningún estado, ni jefe político de ningún país.

Los evangelios nos cuentan que cuando la gente que seguía a Jesús se dio cuenta de su poder, quisieron nombrarlo rey, como hicieron con David, que es el episodio que hemos oído en la primera lectura. Pero Jesús se esconde. Jesús sólo admite que es Rey cuando, coronado de espinas, Pilato le pregunta por su misión antes de entregarlo a la muerte. El Reino de Cristo es el desprendimiento total por amor. Esto no tiene nada de político.

El Reino de Cristo es el triunfo del amor. Jesús anduvo por los caminos de Galilea predicando el Reino de Dios; con esta expresión, Jesús no realizaba ninguna promesa electoral, solamente enseñaba cuál es la forma que tiene Dios de hacer las cosas: amar hasta el final. Jesús predicaba el triunfo del amor que, paradójicamente, parece que es vencido por el odio. El amor, pero crucificado. El amor que vence, pero que aparentemente se ha dejado vencer por la cruz. Un Reino tan extraño que no se impone, se propone. El Reino de Dios cree tanto en el amor que corre el riesgo incluso de ser rechazado. Pero que, en la cruz, como hoy hemos oído, proclama todavía la validez del amor y que el amor tiene siempre la última palabra.

La Iglesia reconoce esto de muchas maneras. En uno de los prefacios que se rezan en la Misa, la Iglesia se ve a sí misma como un pueblo «que tiene como meta tu Reino, como estado la libertad de tus hijos, como ley el precepto del amor». Y hoy rezaremos que el Reino que Cristo entrega a Dios es un reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, amor y paz.

Todo esto creo que quiere decir lo siguiente, en particular en el momento en el que nos encontramos: la Iglesia no quiere convertir el evangelio de Jesús en el código civil del estado. Los cristianos nos equivocaríamos si quisiéramos hacer de las bienaventuranzas un decreto ley. No; el Reino de Cristo no sabe de leyes ni de instituciones ni de partidos. El evangelio sabe de personas. Es en la persona donde el evangelio pone su atención.

Cristo se encontró muchas veces con los fariseos, pero con ellos no discutió nunca sobre los preceptos que se incluían en el repertorio legal de Israel; al contrario, discutió con ellos de persona a persona, esto es, si eran orgullosos o humildes, si eran presuntuosos o pacientes, si eran ambiciosos o sensibles. Ante la mujer pecadora, hoy que recordamos también la jornada contra lo que se ha llamado la violencia de género, Jesús no discutió el precepto legal de Moisés; eso no le importaba: miró al corazón de los que la acusaban y, sobre todo, miró al corazón de aquella mujer, devolviéndole su dignidad como persona.

Esta fiesta, por tanto, es la celebración de la fe de los cristianos en el misterio de lo personal. La salvación no viene de la mano de lo legal o de lo institucional, sino de lo personal. La película La lista de Schindler, que por cierto tiene una banda sonora estupenda, acaba con el siguiente mensaje: «quien salva una vida, salva al mundo entero». En efecto; en el mundo de las cifras, de las estadísticas, de las masas, de los números, de las contraseñas, de los miles de millones… nos viene bien recordar que el centro del mundo somos cada uno y nuestra propia persona, y que en nuestro corazón se juega la batalla decisiva que salva al mundo. En cada corazón, en el centro de cada uno de nosotros, se decide la salvación del mundo entero: es ahí donde Cristo aspira a reinar, a dar la paz, la justicia, el consuelo, la verdad, el amor… El universo entero está en el corazón humano, y ay de aquellas reformas que descuiden la verdad del corazón. Los cristianos debemos ser los primeros en entender este mensaje y en vivirlo y practicarlo.

En este sentido, me parece que es una grata coincidencia el que en esta fiesta de Cristo Rey celebremos en nuestra parroquia también la fiesta de los músicos, recordando a santa Cecilia. En primer lugar, porque esta joven romana del siglo III vivió este mensaje dejando a Jesús ser el Rey de su corazón. Pero también, por la música. Creo que pocas cosas como la música hacen latir el corazón del hombre. Y sólo cuando el hombre siente latir su corazón puede preguntarse quién quiere que reine en él, y sólo entonces puede escuchar de verdad el mensaje del Reino de Dios que predica Jesús.

El mundo es el fruto de una larga evolución… Todo en el mundo ha ido encaminándose hacia el hombre, hacia la persona. No dejemos que nos digan que el punto decisivo de la historia es la técnica, o la civilización, o la era espacial, o la informática… No: la cima de la historia y de su evolución es la persona. Y la cima de cada persona es su propio encuentro con Dios. Pues bien, me parece que la música es como uno de los medios, si no el único, que hacen posible el gran salto en la evolución humana. En la medida en que la música hace consciente al espíritu, en la medida en que la música nos descubre el valor de lo bello, en la medida en que la música saca al hombre de sus necesidades primarias, en esa misma medida provoca un paso adelante en el hombre. Así como la razón o la voluntad provocan el salto entre el animal y la persona, así la música provoca el salto entre la persona y su destino definitivo que es la trascendencia.

Éste es, me parece, el mensaje de la fiesta de Cristo Rey: que la vida, la felicidad, la paz, la justicia, la salvación… comienzan por el corazón. Que no somos números, o masa, o sujetos, que ni siquiera somos ciudadanos… somos personas. Y que el centro de cada persona, su corazón, necesita a Cristo para ser. Que son necesarios las leyes, los códigos, los proyectos, las planificaciones… pero que más importante que esto es el corazón, y, sobre todo, que Cristo sea el rey del corazón.

Quiera Dios que así lo vivamos, porque éste es realmente el cambio que nuestro mundo necesita.