jueves, 15 de marzo de 2007

Mensaje para el Día del Seminario 2007

¿CURA? ¿POR QUÉ NO?

1. Con el día de san José viene de la mano la celebración del día del Seminario. Con este motivo, quisiera compartir con vosotros algunas reflexiones como sacerdote. Quiero comenzar con una impresión que tengo cuando se habla de la vocación sacerdotal en determinados círculos cristianos, especialmente entre los jóvenes. Es como si la posibilidad de ser sacerdote fuera rechazada de antemano. Algunos de los jóvenes que hoy se dicen cristianos tienen muy claro, y me parece que sin pensarlo, que no quieren ser curas. Es una historia que no va con ellos, de la que ni siquiera quieren oír hablar. Es una opción que consideran cerrada de entrada.

Y lo peor de todo es que esta impresión ni siquiera resulta extraña a los demás. A todos les parece que es lo lógico. A mí, sin embargo, esta reacción me duele, como cristiano y no sólo como sacerdote. Me duele personalmente, pero no porque sienta tambalear mis opciones y mis convicciones, sino porque esta situación demuestra un desconocimiento grande de la Iglesia y del sacerdocio. ¿Es esto así realmente? ¿Por qué? ¿Qué hay debajo de todo esto? Al buen cristiano de hoy debería extrañarle que las generaciones cristianas más jóvenes hayan descartado de entrada la posibilidad de plantearse la vocación sacerdotal, para sí mismos o para otros.

2. A esta sensación, tengo que añadir además una segunda impresión. Muchas veces me ha rondado este pensamiento, que es casi una tentación: ¿cómo va a plantearse nadie la vocación sacerdotal si hacemos que lo que se conoce de la vida del cura resulte tan poco atractivo? ¿Cómo va a resultar atractivo a un joven de hoy el dedicarse a hacer entierros? Porque para mucha gente los curas no hacemos más que enterrar a los muertos; si por lo menos hiciéramos más bodas… ¿Cómo va a resultar atractivo para un joven de hoy un trabajo que consiste en ponerse detrás de la Virgen en las procesiones? Para mucha gente, el cura sólo trabaja en Semana Santa, porque se le juntan cuatro procesiones largas que tiene que atender… ¿Cómo puede resultarle atractiva a un joven de hoy la vida de un hombre que vive sin mujer? No casarse es hoy, para mucha gente, un costoso sacrificio para una profesión «de adorno social»; además, implica para muchos perderse una parte muy importante de la vida: el placer, la familia… Sólo pueden hacerlo los curas, esos bichos raros… Que trabajan «media hora, a la sombra y con vino», que «si cobraran según el trabajo que hacen…».

Ante esto, siento ganas de decir que yo no soy cura por esto, porque esto no es ser cura. Y para alejar estos pensamientos recuerdo con frecuencia una de mis primeras experiencias como seminarista. Nunca olvidaré el ambiente que encontré la primera vez que visité el Seminario. Me sorprendió. Allí entablé amistad con un grupo de jóvenes que tenían las mismas dudas que yo, las mismas inquietudes que yo, las mismas energías que yo y las mismas preocupaciones que yo –que creía que el instituto pueblerino del que venía era el centro del universo. Era el ambiente más humano que había conocido; sanamente humano, «normal» –aunque no me guste la palabra. Y al mismo tiempo, me encontré con gente que entendía que la vida no se acaba en las cosas que se tienen, que los sueños pueden ser realidad, que Jesucristo está vivo… Gente que vivía su religión con alegría y también con absoluta normalidad, en un ambiente sanamente cristiano.

Entonces empecé a descubrir que quería ser sacerdote. ¿Por qué? No porque me chiflara «hacer entierros», o «decir Misas», o «casar a gente», o «hacer procesiones»… Nada de eso. Quería ser cura porque creía en Jesucristo. Hoy, como entonces, creo en Cristo y confío en la actualidad de su mensaje y de sus respuestas, porque creo en la actualidad de su presencia. Y por esto soy cura: por Él.

3. Por eso, nunca he entendido a la gente que identifica al sacerdote con las actividades que realiza, y no con el ideal que representa; ni a la gente que se enfada porque el sacerdote «no quiere» prestar determinados «servicios», sin preguntarse las razones profundas de su actuación. Alguna vez habría que decir que no porque haga más bodas, el cura trabaja más o con más alegría. Y también que el cura trabajará más cuando haga muchos menos entierros de esos que se limitan a ser cumplimientos sociales. El sacerdote no cumple un papel social, sino espiritual. Cuando se descubre esto, se conoce la actividad del cura y su auténtica profesión: servir a la actualidad de Cristo vivo para los demás, con alegría.

¿Puede plantearse esto un joven hoy? Sí, porque yo me lo planteé, y respondí que sí. Es más, ¿quién puede plantearse esto si no es el joven, es decir, la persona que pone todas sus energías en conseguir que sus sueños por mejorar la humanidad se vuelvan realidad? ¿Hay jóvenes hoy? Quizás no hay curas porque no hay jóvenes, porque no hay gente con la valentía suficiente como para hacer posible un mundo distinto y mejor. Sólo nos encontramos gente «escaldada», gente que no cree en las posibilidades de novedad del ser humano, gente que sólo sabe decir «ya te estrellarás» y «así es la vida». Gente que cree que el cura no puede decirles nada porque no sabe de qué va la vida… Y se llaman jóvenes. ¿Jóvenes son los que sólo piensan en aprovecharse de la vida y de sus padres? ¿Dónde están los que levantarán este mundo de sus miserias porque tienen las fuerzas para dar los pasos que no pudieron o supieron dar sus padres?

4. ¿Puede plantearse la vocación sacerdotal un joven de hoy, en época de escasez sacerdotal? Sí, a condición de que piense que la sociedad no necesita curas, y sin embargo es necesario que los haya. No se necesitan curas para enterrar a los muertos, ni para casar a los novios, ni para organizar banquetes festivos en los que dar regalos a los niños. La situación actual es un recordatorio permanente de la escasez de sacerdotes y una constatación: de seguir así, no se podrán hacer ni los entierros, ni las bodas, ni las comuniones, ni las confirmaciones… Y es que nada de esto es necesario. La sociedad no necesita a los curas para que hagan esto. No tenemos esta necesidad de sacerdotes.

Y, sin embargo, es bueno que haya sacerdotes, como es bueno que haya Iglesia. Nos hemos acostumbrado a ellos, y pensamos que Iglesia y curas van a estar ahí de por vida. Y consideramos su presencia un derecho de tantos como se tienen hoy. Pero esto no es así. Cada vez hay menos curas; y sin curas no habrá Iglesia, porque no habrá quien parta el Pan de la Eucaristía que haga presente a Cristo vivo y haga actual su Evangelio y su paz… Y entonces, la sociedad se dará cuenta de que no nos necesitaba, pero descubrirá con dolor que era bueno que estuviéramos… Porque en el fondo, por encima de todas las necesidades que podamos tener o inventarnos, caeremos en la cuenta de que lo único necesario es Jesucristo. Él es la respuesta a todas las preguntas: la razón para luchar sin desesperarse, la fortaleza y la paz, el consuelo y la esperanza… Un motivo para el trabajo de los hombres y sus esperanzas, un referente para la educación de los hijos y su futuro, una promesa para los enfermos y desgraciados, una riqueza para los pobres de la vida, una compañía que transforma y hacer salir lo mejor de cada uno… Éste es el trabajo del cura, que más que un hacer es un vivir: hace que siga siendo actual la misión de Jesús.

5. Desde aquí celebramos los sacramentos, oramos por los difuntos, bendecimos a los novios, atendemos a los enfermos, ayudamos a los jóvenes, somos el referente de muchos niños, la esperanza de muchos padres, la ayuda de muchos pobres… Desde aquí pronunciamos la palabra del Evangelio para aconsejar, guardamos silencio para rezar por todos, somos vehículos del perdón de Dios ante los fracasos de la vida, servimos a la Iglesia antigua y siempre joven, queremos hacer presente el amor de Dios por ti… No siempre lo hacemos bien; pero esto es lo que intentamos y vivimos.

6. La Iglesia nos enseña que hay tres caminos fundamentales por medio de los cuales es posible seguir a Jesucristo: la vocación del laico, la vocación del religioso y la vocación del sacerdote. No se nace con vocación de laico, y luego se cambia por la de religioso. No nacemos laicos. Nacemos como regalo y en promesa. La vida y sus circunstancias son el vehículo de la voz de Dios que nos propone uno de los tres caminos para que elijamos libremente. Hemos conocido personas, tenemos determinados valores, descubrimos necesidades reales de la gente, debemos ser agradecidos con lo que hemos recibido, otros nos han señalado… todo esto se convierte, en la oración, en una propuesta del Señor: «Tú, sígueme, y serás la persona más feliz del mundo».

En el día del Seminario, todos los cristianos, y no sólo los jóvenes, debemos redescubrir el valor de la vocación sacerdotal en la Iglesia y el mundo de hoy. En nuestra mentalidad actual, en nuestras catequesis y hasta en nuestras conversaciones más triviales, deberíamos transmitir la sensación de que es necesario que todos los cristianos consideren alguna vez la posibilidad de la vocación sacerdotal, no sólo la laical.

Los jóvenes cristianos deberían tener un momento en su vida (la confirmación, quizás) en el que sopesaran las razones que tienen para asumir o rechazar la vocación sacerdotal, y no aceptar sin pensarlo que no es su camino sólo porque no me gusta, porque me gusta una chica o porque no es actual. Lo mejor que podíamos hacer para vivir el día del Seminario, también las jóvenes cristianas, es dejar la risita mental y cambiar el «Juan se va al Seminario, ja, ja, ja» por el «¿Juan cura? ¿Y por qué no?», dicho con toda valentía.

7. Los jóvenes cristianos varones necesitan tener el valor y la honradez de cambiar el «¿Yo, cura? ¡No, gracias!» por el «Yo, cura… ¿Por qué no?». Esta pregunta no implica directamente que uno va a dejarlo todo para irse al Seminario; implica sólo valentía y honradez ante Dios. Y de este modo, le dirán a Dios que «sí» o que «no» con un conjunto serio de razones. Y si debe haber un «no» al sacerdocio, habrá al mismo tiempo un «sí» rotundo a una de las otras dos vocaciones posibles del cristiano. Hoy tampoco hay cristianos a los que de verdad podamos llamar laicos porque no movemos a nadie a preguntarse hondamente: «¿Cura, yo, por qué no?».

Estoy convencido de que, algún día, los jóvenes cristianos y las jóvenes cristianas tendrán que cargar con el mundo a las espaldas, como Cristo cargó con su Cruz, para renovarlo, transformarlo y hacerlo resucitar. Necesitarán compañía. La compañía actual de Jesucristo, a quien harán visible otros jóvenes que un día habrán tenido que decir: «¿Yo, cura? Por estas razones, ¡sí!». Que el Señor dé cada día a más jóvenes la valentía de preguntarse: «Yo, cura… ¿Por qué no?». Esto es el día del Seminario.

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