domingo, 10 de febrero de 2008

Homilía del Domingo I de Cuaresma

Por si os sirve para vuestra reflexión cuaresmal, aquí os cuelgo la homilía del primer domingo de Cuaresma.

VENCER LA TENTACIÓN

En las lecturas de hoy se nos propone un tema un poco escabroso: es la cuestión de la tentación. Una de esas cosas de las que ya no hablamos, porque ya casi no creemos en ellas. Muchas veces nos han metido mucho miedo con el tema de la tentación, y era casi tanto como ver peligro por todas partes. Eso era quizás un poco exagerado. Pero también es exagerado lo que sucede hoy: ya casi no hablamos de esto, porque pensamos que son cosas de niños y de la catequesis, y nos olvidamos de que es algo que vivimos todos los días.

La tentación tiene una «vertiente», por así decir, positiva. Saber que uno sufre la tentación es saber que uno es libre, que puede decidir, que su comportamiento no está fijado como el de un animal que no puede elegir entre una cosa y otra, sino solamente seguir lo que le manda su instinto. Me parece a mí que olvidar el tema de la tentación es como volvernos un poco animales, porque olvidarse de este tema implica pensar que en toda circunstancia nuestra decisión está ya tomada de antemano. Pero eso no es verdad. Somos libres. La Cuaresma empieza, por tanto, con una llamada a la libertad. No hay que tenerle miedo a la tentación, ni a la palabra ni a la realidad, porque el mismo Jesús la vivió. Así que también en lo que a veces nos agobia podemos descubrir una manera de parecernos a Jesús; la Cuaresma es también una llamada a parecerse a Jesús.

Pues bien, en las lecturas de hoy vemos una doble reacción ante la tentación. La primera reacción es la de Adán y Eva (no voy a entrar aquí en la cuestión de quiénes eran, y solamente los voy a tomar como una expresión de lo que ocurre muchas veces en todos los hombres). La segunda reacción es la de Jesús, como hemos oído en el evangelio. Las dos situaciones empiezan exactamente igual: hay un tentador (la serpiente, el enemigo) que señala una realidad, subrayando lo que tiene de positiva: mira qué árbol, qué bonito es… O en el segundo caso: ¿Tienes hambre? Pues también tienes poder: di que estas piedras se conviertan en panes…

La cosa empieza exactamente igual en los dos casos. Y empieza bastante bien. Pero, a veces, las apariencias engañan y esconden debajo cosas que no están tan bien. Cuando algo aparentemente bueno viene metiendo prisas, es que esconde algo… El bien de verdad es mucho más paciente y mira mucho más allá. Ésa es la clave. Pero miremos otra vez los dos relatos; ambos empiezan igual, es verdad, pero evidentemente no terminan igual. ¿Dónde está la diferencia? La diferencia está en la reacción ante la tentación.

Jesús reacciona tajantemente; tanto, que sorprende. Tiene hambre, y tiene en sus manos la posibilidad de convertir las piedras en pan. Es el Mesías, y sabe que puede ganarse a todo el mundo por el estómago. Pero no, eso no es bueno, porque no sólo de pan vive el hombre. Y punto y final. En el Génesis, sin embargo, la cosa no sucede así. Eva ve el árbol, y siente su hermosura; siente la tentación; pero en lugar de rechazarla, ¿qué hace? Se pone a galantear con la serpiente. El fruto es bonito, qué razón llevas, pero mira, es que Dios nos ha dicho… Y dialoga con ella: ¿Dios qué sabe? Lo único es que teme que os hagáis como Él… Sí, si en realidad, qué tiene que temer… ¡Cuánta razón llevas! Y al final, tanto y tanto se ha detenido en la cuestión, tanto va el cántaro a la fuente, que se rompe. Y aparece el pecado, esto es, la decisión equivocada: el pan para hoy pero el hambre para mañana.

Jesús no galantea con la tentación; su «sí» es un «sí», y su «no» es un «no». Y no hay más que hablar. Y esta decisión es precisamente la que le convierte en vencedor. Nuestro error consiste precisamente en que nos gusta la tentación, nos gusta andar por el filo, nos sentimos muy bien. Lo otro nos parece demasiado seco. Y hoy, decimos, no hay nada bueno ni nada malo, porque en realidad todo depende… Y una persona puede ser feliz de muchas maneras, «anda, mientras no haga mal a nadie»… Y la verdad y la mentira, eso son cosas de otra época; hoy hay tantas verdades como personas existen en el mundo, y nadie tiene la verdad absoluta… Y nos falta el sí y el no. Nos falta esta claridad que vence.

Así que, contra la tentación, claridad. Es verdad, hace falta paciencia, o fuerza…Pero sobre todo, claridad. La Cuaresma es el tiempo en el que debemos ejercitarnos en esta claridad. Ya habrá tiempo de pensarlo, de justificarlo o de estudiarlo; pero en el momento de sentirlo, fiarse de Jesús y decidir inmediatamente. San Ignacio decía que el enemigo entra con la tuya para salirse con la suya. Por eso, superar la tentación significa renunciar un poco a uno mismo. Esto es lo que nos pide el Señor, y esto es lo que vivimos especialmente en Cuaresma. No nos engañemos; Adán y Cristo no son dos ejemplos a seguir indistintamente. Por uno, entra el pecado; por otro, la salvación. Jesús ya ha vencido; si hacemos como Él, venceremos con Él.

No hay comentarios: